La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Jesucristo, imagen del Dios invisible (Col 1.15), resplandor de su gloria (Heb 1.3), lleno de gracia y de verdad (Jn 1.14): Él es el camino, la verdad y la vida (Jn 14.6). Por esto la respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en particular a sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo; más aún, como recuerda el concilio Vaticano II, la respuesta es la persona misma de Jesucristo (es decir, el Esperma de Dios): "Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Pues Adán, el primer hombre (el primer Falo, ya que el falo se identifica con el hombre en su totalidad), era figura del que había de venir (Ro 5.14, los cristianos primitivos, los gnósticos, interpretaban todo el Antiguo Testamento en clave alegórica, y ¡¡también los evangelios!!), es decir, de Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán (es decir, el Falo antropomorfo: Dios hecho hombre, en semejanza de carne de pecado, Ro 8.3), en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación" (Gaudium et spes, 22). |
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