Danza fálica de Dionisos representada en un kílix
En fin, todos somos oriundos del semen del Cielo;
él es el mismo Padre de todos, del que la Tierra, Madre nutricia,
cuando ha recibido las líquidas gotas de agua,
preñada pare las florecientes mieses y los árboles fértiles
y el género humano, pare todas las especies de fieras,
ofrece los alimentos con los que todos nutren los cuerpos,
y pasan una dulce vida y propagan la prole;
por lo que con justicia ha obtenido el nombre de Madre.
Asimismo, lo que antes fue de la tierra retorna
a las tierras, y lo que fue enviado de las regiones del éter,
de nuevo restituido, lo recuperan los espacios del Cielo.
Y no destruye la muerte las cosas de tal modo que extermine
los cuerpos (elementos) de la materia, sino que disipa la unión de ellos,
después reúne uno con otros, y hace que todas
las cosas así cambien las formas y muden los colores.
(Lucrecio, De rerum natura, II, 991-1005) |
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