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El matrimonio y el amor conyugal, por su índole misma, se orientan a la procreación y educación de los hijos. Con toda verdad, los hijos son el regalo más excelso del matrimonio y colaboran grandemente al bien de los mismos padres. El mismo Dios que dijo: "no está bien que el hombre esté solo" (Gen 2.18), y "el que los creó al principio los hizo macho y hembra" (Mt 19.4), queriendo darles una participación especial en su misma obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: "Creced y multiplicaos" (Gén 1.28). De donde el auténtico ejercicio del amor conyugal y toda la estructura de la vida familiar que de él nace, sin menoscabo de los demás fines del matrimonio, tienden a que los esposos cooperen con fortaleza con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece la familia divina.
Los cónyuges saben que en la tarea de trasmitir la vida y educar, que se debe considerar como su misión propia, son colaboradores del amor de Dios Creador y como intérpretes de él...
Así los esposos cristianos, fiados en la Providencia divina y cultivando el espíritu de sacrificio, glorifican al Creador y tienden hacia la perfección en Cristo, cuando desempeñan el oficio de procrear con responsabilidad generosa, humana y cristiana.
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Los cónyuges saben que en la tarea de trasmitir la vida y educar, que se debe considerar como su misión propia, son colaboradores del amor de Dios Creador y como intérpretes de él...
Así los esposos cristianos, fiados en la Providencia divina y cultivando el espíritu de sacrificio, glorifican al Creador y tienden hacia la perfección en Cristo, cuando desempeñan el oficio de procrear con responsabilidad generosa, humana y cristiana.
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