Antes de que el hombre supiera nada de espermatozoides ni de óvulos ni de fecundación, todos nacíamos del espíritu o semen (de aquí la expresión sembrar lo espiritual, 1Co 9.11, Gál 6.8. ¿No era (el hombre) una gota de esperma eyaculada? Corán, 75.37, San Justino, Apología I, 19). Pero esta semilla solo podía nacer y convertirse en espiga o en árbol (Mc 4.28,32, Mt 13.26.32) en la tierra, es decir, en el útero femenino, ya que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, no da fruto (Jn 12.24). Del espíritu o semen no podía nacer el espíritu (Jn 3.6) si antes no moría y se convertía en carne. |
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