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lunes, 15 de agosto de 2011

El Falo cósmico y el lío de la reencarnación

Del espíritu o semen no podía nacer el espíritu (Jn 3.6) si antes no moría y se convertía en carne. El espíritu nacía de la tierra, es decir, de la carne, no del espíritu, y lo que nacía de la tierra, de tierra es, qui est de terra, de terra est (Jn 3.31). El seno materno es respecto del semen viril como la tierra en orden a la semilla (Santo Tomás, Suma Teológica, Spl q52 a4). Cristo no nació nunca ni de semen viril ni de un vientre materno, es decir, de la tierra, porque si hubiera nacido de la tierra sería terrenal, algo que negaban rotundamente todos los cristianos y sobre todo los cristianos perfectos (Mt 5.48, 1Co 2.6), es decir, los gnósticos.

sábado, 13 de agosto de 2011

El Falo cósmico y el lío de la reencarnación

Antes de que el hombre supiera nada de espermatozoides ni de óvulos ni de fecundación, todos nacíamos del espíritu o semen (de aquí la expresión sembrar lo espiritual, 1Co 9.11, Gál 6.8. ¿No era (el hombre) una gota de esperma eyaculada? Corán, 75.37, San Justino, Apología I, 19). Pero esta semilla solo podía nacer y convertirse en espiga o en árbol (Mc 4.28,32, Mt 13.26.32) en la tierra, es decir, en el útero femenino, ya que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, no da fruto (Jn 12.24). Del espíritu o semen no podía nacer el espíritu (Jn 3.6) si antes no moría y se convertía en carne.

jueves, 11 de agosto de 2011

El Falo cósmico y el lío de la reencarnación

El autor (o autores) de las cartas paulinas no creía en la resurrección del cuerpo, puesto que él distinguía el cuerpo espiritual (el alma o semen), del cuerpo físico o terrenal, y era el primero el que resucitaba o renacía (1Co 15.44), y puesto que la carne no sirve para nada (Jn 6.63), la negación de la reencarnación equivalía a la negación de la resurrección de la carne. Además, en las epístolas paulinas, a los nacidos según la carne se contraponen explícitamente los nacidos según el espíritu (Gál 4.29) y solo estos podían ser hijos de Dios (Ro 8.16; 9.8), una prueba evidente de que el Hijo de Dios nunca nació según la carne.

martes, 9 de agosto de 2011

El Falo cósmico y el lío de la reencarnación

La fantasía del fin del mundo llevaba implícita la negación de la resurrección de la carne, puesto que los cristianos aseguraban que Dios había modelado a Adán a partir de la tierra, y la tierra y sus elementos serían totalmente destruidos cuando llegara el fin del mundo que nunca llegó (2Pe 3.10-12, Mr 13.31, par.). Los muertos (las almas muertas, no los cuerpos) resucitarían al final del mundo porque para ellos el fin de los tiempos estaba ocurriendo entonces, no miles o millones de años después: el fin de todas las cosas se acerca (1Pe 4.7; 1Jn 2.18). Ellos estaban muertos (Col 3.3, Ro 8.10, Ef 2.5), y podían resucitar por medio del bautismo prescindiendo de la carne, en un proceso suicida que podría llamarse descarnación, y que los cristianos llamaban mortificación. De hecho, ellos, suicidas fanáticos, estaban deseando morir y se sometían a las prisiones (Fi 1.13,22, Col 4.18, Ap 2.10), horribles torturas que se infligían a sí mismos voluntariamente para imitar a Cristo y así mortificar la carne (Ro 8.13, 12.1; 1Co 9.27, 11.1). Haced morir, pues, vuestros miembros terrenales (Col 3.5, lit. vuestros miembros sobre la tierra, mortificate ergo membra vestra, quæ sunt super terram). A esta abierta y delirante incitación al suicido los primeros cristianos la llamaban exhortación al martirio. Nube de mártires (μαρτύρων, Heb 12.1), ellos se sentían oprimidos por el Diablo (He 10.38, Lc 4.18). Y asediados por el pecado, es decir, por el Diablo (Heb 12.1, 1Pe 5.8), que habitaba en la carne (Ro 7.5,14,18,20,25), buscaban librarse a toda costa de la carne, puesto que identificaban a lo terrenal o carnal con lo diabólico (Stg 3.15), aunque muy pocos resistían hasta la sangre, combatiendo contra el pecado (Heb 10.32; 12.4).

jueves, 21 de julio de 2011

El falo cósmico y la reencarnación

Todos los cristianos primitivos creían firmemente en la llegada inminente del fin del mundo, y este era el principal escollo con el que chocaba la fantasía de la reencarnación. Orígenes lo exponía así: Y como quiera que, según la autoridad de las Escrituras, es inminente la consumación del mundo y entonces esta condición corruptible se transformará en incorruptible (1Co 15.53), no parece dudoso que, en la condición de la vida presente, el alma no puede venir al cuerpo por segunda y tercera vez. Efectivamente, si se acepta esto, la consecuencia necesaria será que, al ir sucediéndose esos regresos al cuerpo, el mundo no conocerá un fin (Commentarium in Canticum, 2/5.24).

lunes, 18 de julio de 2011

El Falo cósmico y el lío de la reencarnación

para los cristianos primitivos el alma o semen no era inmortal. A causa de esto mueren las almas y son castigadas (San Justino, Diálogo, 5.5). Para ellos, la inmortalidad no era una cualidad intrínseca del alma, sino adquirida, o una condición perdida que tenía que recuperar.
La fantasía de la inmortalidad del alma solo era compatible con la fantasía de la reencarnación, ambas se comunicaban y una conducía a la otra. Aunque la resurrección podía interpretarse como una reencarnación, ya que reencarnarse era renacer y la resurrección era vista como un renacimiento, nos hizo renacer (1Pe 1.3), como se manifiesta en la Primera epístola a los Corintios, donde se compara la resurrección, en total consonancia con la mitología egipcia, con el nacimiento del esperma de trigo: a cada uno de los espermas el propio cuerpo (1Co 15.38), sin embargo, la idea de la reencarnación chocaba con otras ideas de los cristianos, lo que viene a confirmar que en gran medida, para ellos, el alma no era por sí misma inmortal, sino mortal (Taciano, Discurso contra los griegos, 13)