Así pues, hermanos, haciendo la voluntad del Padre nuestro Dios seremos de la Iglesia primera, la espiritual, la que antes del Sol y la Luna fue edificada (1). Pero si no hacemos la voluntad del Señor seremos según la Escritura que dice: «Mi casa se convirtió en cueva de ladrones» (Jer 7.11, Mt 21.13). Por tanto, elijamos ser de la Iglesia de la vida, a fin de salvarnos. Pues no creo que ignoréis que la Iglesia viviente es el cuerpo de Cristo (Ef 1.23). Porque dice la Escritura: «Hizo Dios al hombre varón y hembra» (Gn 1.27). El varón es el Cristo, la hembra la Iglesia. Y además los Libros y los apóstoles (dicen que) la Iglesia no es de ahora, sino de arriba (2). Porque era espiritual, como también el Jesús nuestro, pero apareció en los últimos días (Heb 1.2, 2Pe 3.3) para salvarnos. Pero la Iglesia, siendo espiritual, apareció en la carne de Cristo, mostrándonos que si alguno de nosotros la guarda en la carne y no la corrompe, la recibirá en el Espíritu santo. Porque esta carne es figura del Espíritu. Por tanto, nadie que corrompa la figura recibirá el original. Así pues, esto dice, hermanos: «Guardad la carne para que participéis del Espíritu». Pero si decimos que la carne es la Iglesia, y el Espíritu Cristo, por consiguiente el que deshonra la carne, deshonra la Iglesia. Por tanto, este no participará del Espíritu, que es el Cristo. Esta carne puede recibir tanta vida e incorrupción por la unión del Espíritu santo, que nadie puede decir ni explicar lo que ha preparado el Señor (1Co 2.9) para sus elegidos.
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