Para los gnósticos, la Madre era el Espíritu santo, es decir, el semen, puesto que éste contenía al Hijo en potencia, es decir, era una madre virginal. Ellos no podían identificar a la Madre cósmica con la tierra, ya que condenaban lo terrenal, es decir, lo carnal, opuesto a lo espiritual. Por esto ellos imaginaban una Madre masculina o fálica, o un Falo materno, o Madre-Padre (μητροπάτωρ), como es llamado Dios en el Apócrifo de Juan. Pero a pesar de esto, la mujer seguía siendo identificada con la tierra, y el útero con lo telúrico, puesto que el semen era idéntico a la semilla. La mujer solo podía salvarse dejando de ser mujer, es decir, convirtiéndose en hombre: pues toda mujer que se haga varón entrará en el reino del cielo (Evangelio de Tomás, 114). Paradójicamente, los gnósticos se veían a sí mismos como mujeres: pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo (2Co 11.2), porque ellos son hembras, tal como lo confiesan ( San Ireneo, Adversus haereses 2/29.1, 30.5). Porque el semen, es decir, el alma, era visto como una sustancia espiritual femenina, lo cual conducía, en su fantasía desbocada, a identificar el Espíritu con la Matriz cósmica. La matriz del alma está vuelta al exterior como los órganos viriles están al exterior (La exégesis del alma, 131).
Olvidando que Verbo y Espíritu eran lo mismo (semen es verbum Dei ↔ spiritalia seminavimus, Lc 8.11, 1Co 9.11) y bromeando con la fantasía gnóstica de que el Espíritu es la Madre, san Jerónimo afirmaba que el alma, como esposa que es del Verbo, tiene por suegra al Espíritu santo (In Michaeam, 7.6). También podríamos decir que, dado que el Señor es el Espíritu (2Co 3.17), el alma era la esposa de su propia suegra.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario