Los egipcios hicieron mucho más que llamar a sus reyes cabrones, consagraron un cabrón en Mendes, y se dice incluso que lo adoraron. Es muy posible que el pueblo haya tomado en efecto un emblema por una divinidad, lo que sucede con frecuencia.
No es verosímil que los shoem o shotim de Egipto, es decir los sacerdotes, hayan a la vez inmolado y adorado los cabrones. Se sabe que tenían su cabrón Hazazel, que precipitaban, adornado y coronado de flores, para la expiación del pueblo, y que los judíos tomaron de ellos esta ceremonia, y hasta el nombre de Hazazel, así como adoptaron muchos otros ritos de Egipto.
Pero los cabrones recibieron todavía un honor mucho más singular; es sabido que en Egipto muchas mujeres daban con los cabrones el mismo ejemplo que dio Pasifae con su toro. Heródoto cuenta que cuando él estaba en Egipto, una mujer tuvo públicamente este comercio abominable en el nomo de Mendes: dice que quedó muy asombrado, pero no dice que la mujer fuera castigada.
Lo que es todavía más extraño, es que Plutarco y Píndaro, que vivieron en siglos tan alejados uno del otro, concuerdan ambos en decir que presentaban mujeres al cabrón consagrado. Esto causa espanto. Píndaro dice, o bien se le ha hecho decir: Graciosas muchachas de Mendes,
¿qué amantes roban de vuestros labios
los dulces besos que yo cogería?
¡Qué! ¡son los maridos de las cabras! |
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