Miserables mujeres del pueblo, engañadas por bribones, y aún más por la debilidad de su imaginación, creyeron que después de haber pronunciado la palabra abraxa, y ser frotadas con un ungüento mezclado con boñiga de vaca y pelo de cabra, irían al sábado sobre un palo de escoba durante su sueño, que allí adorarían a un cabrón, y que gozaría con ellas.
Ésta opinión era universal. Todos los doctores pretendían que era el diablo quien se metamorfoseaba en cabrón. Esto puede verse en las Disquisiciones de Del Rio y en otros cien autores. El teólogo Grillandus, uno de los grandes promotores de la Inquisición, citado por Del Rio, dice que los hechiceros llaman al cabrón Martinet. Asegura que una mujer que se había dado a Martinet montaba en su lomo y era transportada en un instante por los aires a un sitio llamado la nuez de Benevent.
Hubo libros donde los misterios de los hechiceros estaban escritos. Yo he visto uno en la cabecera del cual se había dibujado muy mal un cabrón, y una mujer arrodillada detrás de él. Se llamaba a estos libros Grimorios en Francia y en otras partes el Alfabeto del diablo. El que yo vi no contenía más que cuatro folios en caracteres casi indescifrables, tales más o menos como los del Almanaque del pastor. |
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